-¿Dónde has estado? -Le pregunté.
-Difícil de explicar. Creo que
simplemente “no he estado”.
No necesité hacer preguntas; era realmente difícil de explicar, pero yo ya sabía a qué se refería. Si algo
caracteriza a Elmo, más allá de sus peculiares condiciones físicas,
es su inconstancia. Cuando se habla de una persona inconstante, uno
suele querer decir que no es una persona muy estricta en el ejercicio
de sus obligaciones, pero con Elmo es diferente.
Hablar de inconstancia en referencia a
Elmo es hablar de una existencia intermitente, inconstante hasta rozar la inexistencia.
Para cuando el calendario señaló aquel día, yo ya creía de todo corazón que Elmo había
dejado de existir; tanto tiempo sin encontrarnos no había pasado en
vano... y no pocas cosas pasaron en aquellos días, pese a todo, allí
estaba él, sentado en aquel joven tren lleno de cicatrices.
-¿Todo bien?
-Todo bien.
-¿Y entonces?
-Entonces... entonces ocurrirá...
-Sabes, no sé qué dices, pero creo que hoy si te entiendo.
Entonces, mientras Elmo me miraba con
esa sonrisa que la vida pone en la cara de aquellos que temen lo
peor, el tren comenzó a avanzar...
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