martes, 31 de mayo de 2011

The city that stands still 2: La venganza del señor Tic-Tac

Aquellos patéticos hombrecillos habían desafiado al señor Tiempo por última vez, Aquella afrenta había durado ya más de lo admisible.
Esos pequeños y efímeros seres habían buscado la inmortalidad de tan sutil modo que incluso Tiempo, eterno en su sabiduría había tardado mucho en ser consciente. Su búsqueda de una inmortalidad sin renunciar a lo instantáneo de sus vidas, construyéndose en muros de piedra, estatuas de bronce y pergamino, fué la gota que colmó el vaso: era arrogante y desconsiderada.
Pero tiempo es paciente, sabio y eterno, sobre todo es sabio pero sobre todo es paciente, sobre todo es cruel, cruel, eterno, sabio, paciente... su venganza, su castigo, su juicio, al que nada ni nadie puede escapar, sería una obra maestra; un juicio bíblico.

El señor Tic-Tac fué el encargado, el filo de la daga que llevaría a cabo la sentencia de culpabilidad.
Cuando el señor Tic-Tac observó la mágica ciudad desde la lejanía, allá en la cumbre de Sierra Morena, entendió como debía actuar:
Habían querido ser eternos, la eternidad sería la recompensa a sus esfuerzos, la eternidad sería su castigo, llegarían a odiar lo que tanto habían codiciado:
¡Que sean eternos! ¡Que se detenga el tiempo en esta ciudad! ¡Que sepan cuanto deben temer lo que codiciaban!

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