jueves, 22 de septiembre de 2011

Aquella a la que llaman Mapache

Mojada y tiritando por el frío, aquel pobre animalillo no era más que una sombra de lo que había sido. Los motivos por los que había llegado a esa situación eran difíciles de entender incluso para ella misma.
Allí, desde su escondite bajo un cubo de basura que la resguardaba en parte de la lluvia, veía el mundo pasar frente a sus ojos; vio a los perros atados intentar atacarle, sintió la mirada de lástima de algunos niños y el desprecio de aquellos que al verla exclamaban: "¡Que rata tan grande! ¡Ten cuidado niño!"
Ella no era una rata, era un mapache, un mapache hambriento y muerto de frío que sólo necesitaba que alguien la llevase de vuelta a casa, al calor del hogar, allí donde abunda el cariño, no falta la comida y no sobra el descanso.
Pero había andado demasiado, había olvidado el camino de regreso a casa y con cada viandante que pasaba, la posibilidad de volver quedaba un poco más lejos.

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