Allí, desde su escondite bajo un cubo de basura que la resguardaba en parte de la lluvia, veía el mundo pasar frente a sus ojos; vio a los perros atados intentar atacarle, sintió la mirada de lástima de algunos niños y el desprecio de aquellos que al verla exclamaban: "¡Que rata tan grande! ¡Ten cuidado niño!"
Ella no era una rata, era un mapache, un mapache hambriento y muerto de frío que sólo necesitaba que alguien la llevase de vuelta a casa, al calor del hogar, allí donde abunda el cariño, no falta la comida y no sobra el descanso.
Pero había andado demasiado, había olvidado el camino de regreso a casa y con cada viandante que pasaba, la posibilidad de volver quedaba un poco más lejos.
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