El camino frente a mi nunca dejó de sorprenderme, desde la quilla del Faraón todo es espléndido e indómito, salvaje y brillante como la más fiera naturaleza, tal y como debía ser.
Lo que me sorprendió aquella extraña mañana, en aquellos meses en que el Sol ha muerto y aún no se predica su regreso, fue lo que ocurrió a mi espalda, el modo en que todo aquello se había tornado caos, el modo en que, de donde ayer sólo hubo plácidas estelas en la mar, surgió aquella especie de monstruo que agitó con tanta fuerza el barco que apenas pudimos continuar navegando durante ese día.
A la noche conseguimos recalar en las vecinas costas de Túnez, no muy lejos de dónde Ali custodiaba nuestro tesoro. Allí, sentados a la mortecina luz de una luna que permitía brillar a casi todas las estrellas, por fin acabó todo cuando el dulce sabor del néctar fluyó a través de aquel estrecho cuello de cristal que con tantos celos habíamos custodiado, regalo de una amiga de un reino norteño.
11 de Enero del 2012 a.D
Edmundo Dantés.
Pd: Tres noches en Victoria Eugenia, un disco para el descanso en las noches de tormenta.
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