domingo, 2 de septiembre de 2012

regresar antes de partir

Una semana de vacaciones, vacaciones barriendo tierra y paleando arena, pero de vacaciones: de pensar, de leer el correo a cada rato (maldita enfermedad), de husmear en tantos periódicos como sea posible, de leer prensa internacional para poder mirar con melancolía a aquellas personas del 68, en fin, una semana sin prima de riesgo, sin más recortes que en la lista de la compra ni payasos en los telediarios.

Y al volver, piensa ya uno directamente en marcharse, sin tiempo para volver al día a día de todos esos días. Las maletas cada vez pesan más y lo pies pesan un poco menos. Es el síndrome del viajero, me dijo un hombre de Quito, es tener más peso en tu espalda que en tu corazón, es vivir en el camino, es no saber cual es el sitio al que regresar, es leer en voz baja sin emocionarse ni entristecerse, es ser espectador (cómo diría Gasset) pero es ser un espectador cansado del paisaje, un espectador que quiere ver otra cosa.

Y antes de cerrar, volver a mirar lo de siempre, políticos ineptos, mercados crueles, leyes insensibles, el mundo en llamas, fantoches de poca monta, lobos vestidos de oveja, y pensar, que quizás esto sea algo endémico, tan humano como los cromosomas, tan andaluz como Curro Jiménez.


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