Por suerte o por desgracia, a nadie que haya vivido en España el tiempo
suficiente le es desconocida la figura del vidente.
Los tenemos a patadas: desde videntes
profesionales como Rappel, Paco Porras o Aramis Fuster; hasta videntes amateur
que todos los años intentan dar la campanada adivinando el número del sorteo de
la lotería. Lo que tienen en común todos estos personajes es que nunca han
acertado nada más allá de lo puramente obvio, e incluso algo habrá fallado
algún "hasta mañana" con la trágica muerte de un amigo.
Estos videntes son a día de hoy el
proletariado del mundo de la astrología, hacen sus predicciones, fallan, son
descalificados por la sociedad y nunca más se vuelve a hablar de ellos (salvo
en casos como este, claro está)... ¿Dónde está todo aquel enjambre de
adivinadores de los años 90? Enterrados bajo el peso de sus fracasos, o en el
mejor de los casos, trabajando en televisión en lo que antes venía a ser el
horario pornográfico que sustituyó a la carta de ajuste.
Pero el gremio de trabajadores "de lo
oculto" no acaba ahí, los hay de mil tipos: tenemos científicos que
pronostican cosas atroces y a los que nadie escucha, tenemos sociólogos y
antropólogos que nos avisan, con razón, de que nos estamos equivocando y a los
que no hacemos caso y luego están los analistas políticos y los economistas,
gente que por norma general no da pie con bola pero a la que hacemos mucho más
caso. Entre estos últimos, cabe destacar que su interés por "la
campanada de El Niño" tiene muchas más repercusiones que las predicciones
de Rappel.
Durante las últimas semanas hemos
descubierto que todo nuestro sistema de recortes está fundamentado en un error
de Excel (¡bravo!) pero nadie ha escuchado ni escuchará (según sus
declaraciones) a Reinhart
ni a Rogoff pedir perdón. También hemos descubierto hoy
que la deuda (a la que tanto debemos odiar según los analistas) en vez de
disminuir ha crecido tras los "ajustes fiscales"; tampoco hemos visto
como el apoyo a los revolucionarios sirios ha traído la paz a oriente medio
(como predijeron muchos) y casi me apostaría el cuello a que contrariamente a
lo que el trance le permitió saber al excelentísimo señor Montoro, el IVA
si se puede subir un poquito más y que las pensiones no están tan garantizadas
como juran y perjuran desde los despachos oficiales.
Pero todo esto no nos extraña demasiado; y
de esto si tenemos que culpar a Rappel y a Aramis (a Paco Porras no que me hace
gracia y el humor es bueno).
Tantos años de fracasos continuados en sus
intentos de adivinar el futuro nos han hecho inmunes a su trabajo: tenemos tan
claro que sus predicciones son erróneas que no nos asustaremos nada si la
economía española empeora su recesión en 2014.
Pero repetimos, estás
predicciones si tienen consecuencias y en están costando vidas humanas, física
y mentalmente.
¿Qué haría una empresa farmacéutica con un
investigador que sólo alumbra descubrimientos erróneos? ¿Qué haría un votante
con un político que sólo trae destrucción? ¿Qué haría un director de obra con
un topógrafo que no sabe georeferenciar?
¿Por qué, pues se
mantiene a estos economistas en sus puestos sino por intereses particulares?
¿Por qué resulta cómico ver a Carlos Areces haciendo de Rappel y nos tomamos en
serio a esos otros astrólogos?
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