Algunas veces el
mundo es simplemente demasiado. A veces es demasiado grande, otras demasiado
pequeño, pero generalmente, más que grande o pequeño, tiende a ser largo. Largo
como las horas, cómo el tiempo, no en distancia, sino en minutos.
Hoy, obviamente, es
uno de esos días, días en los que el cuerpo se embarca en el viaje y se olvida
de lo demás, es lo que tiene el viajero, qué sólo se tiene a sí mismo y al
viaje, y nada más.
No importa cuánto
se viaje, no importa la costumbre, no importan tus raíces ni tus sueños, desde
el momento en que se pone un pie en el camino, se pierde todo menos el camino,
e incluso algunas veces, cuando el pie se levanta, cuando la suela se despega
del camino, no se tiene ni eso. La vida del viajero es eso, es un no tener
fonda en que parar, aunque se duerma bajo techo, es no tener unos brazos en los
que cobijarse, aún cuando el viajero se acurruque entre piernas, es un no tener
idioma, pese a que se hablen muchos, y un no tener país, salvo que lo indique
el pasaporte.
Atravesar Europa
es algo que todo buen viajero debería hacer, y un motivo por el que todas las
personas deberían de convertirse en viajeros, en viajantes, o en feriantes, lo
importante es el movimiento. La vieja Europa, vieja y roñosa, vieja y
desaliñada, vieja y triste, vieja y sabia Europa es mucho más que un
continente, es el continente que se jacta de llamarse “el primero” es el
continente que dio nombre a los demás, es en fin, una tierra orgullosa por
motivos que quizás desmerecen dicho orgullo, pero motivos europeos al fin y al
cabo.
En Europa caminan
más que en otros sitios hermanos que se odian, hermanos que se han olvidado,
hermanos que hermanos más no quieren ser, pero hermanos forzados a vivir
juntos, apretando sus fronteras, apretando sus ciudades, apretando sus
mercados, en este pequeño trozo de tierra que nació de un rapto.
Caminar por
Europa es confundir lenguas, es olvidar las tuyas, es la torre destruida, es
una Babel fuera de Asiria, es en fin,
cuna de muchos y cama de pocos, un poco más cerca del todo que otros muchos
sitios, pero tan lejos que asusta pensarlo. Cabalga Europa en sus mil lenguas
vecinas o hermanas, hacia quien sabe donde, sin moverse del sitio, sin
despegarse de su ayer, recordando aquel lago romano que tanto sufre hoy.
Es Europa un epicentro
de todo, un punto caliente de cuanto pueda existir, no neguemos eso a la vieja,
roñosa, desaliñada, triste y sabia Europa, tanto ha creído ella ser la primera
de todo que a la fuerza lo ha sido, e incluso ahora, cuando derrotada se
arrodilla, sigue mirando hacia arriba con vieja y sabia mirada, y cuando ve a
sus verdugos expone: Yo os di la vida.
Pero va todo más
allá de Europa, la vieja Europa no es principio y fin aunque soñase haberlo
sido un día, y se encabrita, y chilla y patalea, y se enfurruña, y gruñe y se
asfixia en sus lamentos al ver que sus hijos ya han crecido, que no son ya
objeto de tutela, que marchan a su propio ritmo hacia su propio destino, cuando
ve, en fin, que aún siendo primera en todo, el Mundo, se ha emancipado de
Europa, vieja, desaliñada, triste y sabia.
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