lunes, 17 de diciembre de 2012

Reflexiones de un viaje en tren


Algunas veces el mundo es simplemente demasiado. A veces es demasiado grande, otras demasiado pequeño, pero generalmente, más que grande o pequeño, tiende a ser largo. Largo como las horas, cómo el tiempo, no en distancia, sino en minutos.
Hoy, obviamente, es uno de esos días, días en los que el cuerpo se embarca en el viaje y se olvida de lo demás, es lo que tiene el viajero, qué sólo se tiene a sí mismo y al viaje, y nada más.
No importa cuánto se viaje, no importa la costumbre, no importan tus raíces ni tus sueños, desde el momento en que se pone un pie en el camino, se pierde todo menos el camino, e incluso algunas veces, cuando el pie se levanta, cuando la suela se despega del camino, no se tiene ni eso. La vida del viajero es eso, es un no tener fonda en que parar, aunque se duerma bajo techo, es no tener unos brazos en los que cobijarse, aún cuando el viajero se acurruque entre piernas, es un no tener idioma, pese a que se hablen muchos, y un no tener país, salvo que lo indique el pasaporte.
Atravesar Europa es algo que todo buen viajero debería hacer, y un motivo por el que todas las personas deberían de convertirse en viajeros, en viajantes, o en feriantes, lo importante es el movimiento. La vieja Europa, vieja y roñosa, vieja y desaliñada, vieja y triste, vieja y sabia Europa es mucho más que un continente, es el continente que se jacta de llamarse “el primero” es el continente que dio nombre a los demás, es en fin, una tierra orgullosa por motivos que quizás desmerecen dicho orgullo, pero motivos europeos al fin y al cabo.
En Europa caminan más que en otros sitios hermanos que se odian, hermanos que se han olvidado, hermanos que hermanos más no quieren ser, pero hermanos forzados a vivir juntos, apretando sus fronteras, apretando sus ciudades, apretando sus mercados, en este pequeño trozo de tierra que nació de un rapto.
Caminar por Europa es confundir lenguas, es olvidar las tuyas, es la torre destruida, es una Babel  fuera de Asiria, es en fin, cuna de muchos y cama de pocos, un poco más cerca del todo que otros muchos sitios, pero tan lejos que asusta pensarlo. Cabalga Europa en sus mil lenguas vecinas o hermanas, hacia quien sabe donde, sin moverse del sitio, sin despegarse de su ayer, recordando aquel lago romano que tanto sufre hoy.
Es Europa un epicentro de todo, un punto caliente de cuanto pueda existir, no neguemos eso a la vieja, roñosa, desaliñada, triste y sabia Europa, tanto ha creído ella ser la primera de todo que a la fuerza lo ha sido, e incluso ahora, cuando derrotada se arrodilla, sigue mirando hacia arriba con vieja y sabia mirada, y cuando ve a sus verdugos expone: Yo os di la vida.
Pero va todo más allá de Europa, la vieja Europa no es principio y fin aunque soñase haberlo sido un día, y se encabrita, y chilla y patalea, y se enfurruña, y gruñe y se asfixia en sus lamentos al ver que sus hijos ya han crecido, que no son ya objeto de tutela, que marchan a su propio ritmo hacia su propio destino, cuando ve, en fin, que aún siendo primera en todo, el Mundo, se ha emancipado de Europa, vieja, desaliñada, triste y sabia.

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