jueves, 14 de febrero de 2013

Cartas helvéticas: Humildad

Turmuhren Luzern
Una de las cosas que siempre me han llamado la atención de Suiza (siempre en los últimos 6 meses) es la forma en que se comporta con respecto a las demás nacionalidades.

El suizo es suizo (lo sepa o no lo sepa) y vive en un país de verdad que tiene poco o nada que envidiar al resto del mundo, y casi cabría decir que tiene que ser envidiado por el resto del mundo, y eso si lo sabe.

La segunda parte de la historia llega cuando alguien viene a Suiza; para nosotros, pobres españoles cuyo país dejó de ser una potencia mundial hace unos 500 años, llegar a un país significa, por norma general, una necesidad vital de entenderlo, de aprenderlo, de "integrarnos en él" sea al precio que sea, y el precio más bajo suele ser aprender la historia, la cultura y el idioma de dicho país, pero no todos los países son España (para bien y para mal).

Hoy he tenido el deleitante placer de escuchar a una británica decir "siento que me están adoctrinando" y no he podido evitar estallar en carcajadas.

Cuando finalmente he terminado de reír, ella me ha preguntado la causa de mis risas y entonces he exclamado: "claro, está bien cuando tu país fuerza a todo el mundo a aprender tu idioma y tu historia, pero cuando alguien quiere que aprendas su cultura, te están adoctrinando" a lo que ha seguido una larga explicación sobre que los países pobres se ven obligados a aceptar las exigencias de los países ricos, y que en este caso, eramos nosotros los que veníamos de países pobres.

Suiza no parece un país capaz de imponer su cultura al resto del mundo (entre otras cosas porque ni siquiera tienen claro que significa ser suizo) pero si tiene muy claro que su país es suyo, y les gustaría, que ya que estás en su casa, aprendieras algo de ellos, y tu tienes que tragar... porque ellos, al contrario que el hostelero español o portugués, no necesitan tu dinero para vivir, por mucho que te joda.


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