martes, 30 de julio de 2013

Elmo y la última ola

Siendo, como era, verano, era bastante previsible que Elmo se encontrase aquel día sentado frente al mar.

Siendo como era Elmo, un muñeco arrepentido, era de esperar que hubiese marchado a la playa más lejana que pudo encontrar.

Siendo como era su sistema psicomotriz en gran parte de gomaespuma, no era de extrañar que dicha playa fuese la más cercana, justo bajo su balcón.

Distraído y ausente, Elmo miraba las olas ir y venir cuando me senté a su lado, y tardó aún varios minutos en advertir conscientemente mi presencia.

-Quería ir al fin del mundo -me dijo- pero apenas puedo andar sin un buen titiritero, así que he decidido sentarme aquí  a esperar a que viniese a mí.

-Sabes de sobra que el fin del mundo está más allá de la Patagonia, y por más que quieras, la tectónica de placas no lo va a traer hasta aquí, y aún si lo hiciera, ya no sería el fin del mundo.

-El fin del mundo no es un lugar, es un momento, y lo espero aquí.

-Nadie, salvo algunos extremistas religiosos, espera que el mundo se acabe en algunos miles de millones de años, lo siento.

-El fin del mundo ocurre varias veces al día.

-¿Hablas de las muertes?

-No soy tan fúnebre, hablo del fin del mundo, de ese momento en que la última ola de la marea que sube alcanza la arena y se retira majestuosa a las profundidades del mar, tranquila y callada, hasta que la Luna lo vuelva a ordenar.

-La Luna, ese gran titiritero.

Y allí quedamos sentados durante horas, esperando el fin del mundo, el principio de una nueva marea, o quizás su final, deseando quizás que alguna de aquellas olas quedase allí para siempre o nos barriera mar adentro para nunca volver.

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